Es treinta y uno, nos vamos a otro mundo, nos vamos a otra
vida. Consciente, entera, atenta, estoy dispuesta, en medio de esta tristeza,
donde la orilla se aleja, al devenir incierto de aquello que no sé ni dónde
está, ni en qué consiste. Estoy dispuesta, entre la incertidumbre, a adentrarme
en el desconocido abismo que me espera.
Ya no hay posibilidad de quedarme. Ya no puedo quedarme en
un cuerpo que no contiene amor, que no quiere ser el contenedor de lo que me
habita. Quédate ahí, en la orilla de las espinas con las que me aniquilaste.
Quédate. Parto. Surjo. Me voy.
Sé que con el año se acaban las posibilidades. Ya no quiero
ninguna. Ya no hay oportunidades. Se cierra el mundo abierto hace ahora ocho
años. Candados y cenizas para ambos. Te portaste mal… Me engañaste, no jugaste
limpio. Quédate con las piedras y las alas y las olas que emprendiste sin
contar conmigo. Me lo podías haber dicho. No quiero que vengas, Ana.
Tuve que averiguarlo yo. Y ahora, en mi barca que apenas
avanza, estoy diciéndote adiós. Es el final de una historia que no tenía final,
¿recuerdas? Pero era este, el mismo final que siempre anduvo prendido del aquel
inicio. Ochos años sin querer. Ocho años de enredadera y locura. Ya no sé si lo
viví o me inventé casi todo el asunto.
Te digo adiós porque ya me lo dijiste tú antes. Pero es
ahora cuando he podido oírlo. Todo el adiós que siempre estuvo debajo de tus
razones suena ahora en medio de todas las canciones de desamor. Ahora. Es ahora
cuando lo oigo y suena enorme entre las palmeras que se alejan, la arena que se
aleja, la playa que no volveré a visitar.
Te digo adiós a manos llenas. Con todo lo que soy. Me voy
con pena. Suelto la zarza que tanto me daña. Abrir las manos y ahogarme en esta
marea. Debajo de toda la tierra debe haber algo, cuando lo encuentre no
volveré para contártelo. No vengas. Ni si te ocurra volver a preguntar cómo me
curé, dónde me dolió para volver a descuartizarme entera.
No creo que estos sean los últimos versos que te escribo, mas
sí es la última vez que miro la orilla donde me convertí en la mujer que soy. Tengo
la cabeza baja, la frente más áspera, los ojos llenos de la misma sal en la que
voy a inundarme.
Pero estoy viendo el mar. El mar me espera.