domingo, 14 de octubre de 2018

El péndulo y otros peligrosos extremos

Te leo. Va a hacer seis años que te dejó por irse con aquella a la que tantas veces llamaste puta. Te leo poniendo mensajes en facebook, por si te lee, por si se da por aludido, para que sepa, para que se acuerde, para que todos tengan claro quién es más malo de los dos. 

Seis años. 

Teníamos abundantes frases de autoayuda y estábamos tan hasta los cojones que creamos, cómo no, el apabullante mundo contrario: dejadnos sanar, joder. Dejad que nos curemos, dejad que investiguemos nuestra herida y nos abracemos y entendamos y aprendamos, de nuevo a renacer. Leía ayer un artículo sobre esto, entendiendo, comprendiendo y compartiendo todas y cada una de las heridas. De verdad. 

Pero seis años. Aunque esto realmente da igual. 

Seis años pueden ser media vida, un cuarto y mitad o apenas un mes. Y el problema de los extremos es que nunca son verdad verdadera total. 

No es apropiado esconder tu herida, disimular, maquillar, tú lo que tienes que hacer es salir más, no te merece, tú vales más, mierdas parecidas y arréglate que verás qué bien. 
Y no, tampoco es apropiado mirar la herida viéndola empeorar, encariñarte con la sangre y llevar por bandera tu tremenda y extensa, oh dios mío, desolación.

Digo yo, tal vez, que en medio de la danza y el traspiés podemos ser. Que habrá que salir para poder entrar, y esconderse para que nos encuentren. Que no te pintes los morros de rojo si no te apetece, si ya todo dentro es de ese color, dejadnos sanar no es convertir tu enfermedad y tu herida y tu brecha y tu desamor y tu traición en tu identidad. Dejad que nos curemos es para los que saben que una cosa es estar enfermo y otra muy distinta, serlo. 

Hasta los cojones del 'todo problema es una oportunidad como del 'nunca jamás me recuperaré'. 

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