lunes, 15 de octubre de 2018

1er absurdo: No criticaré a quienes critican

¿Sabes? No dejaron a nadie libre de culpa, o no sé, de hacer las cosas 'bien'. Ellos saben hacer de todo y conocen todo y son elegantes y saben dónde comprar, y tienen buen gusto y uy, no, eso no lo haría yo ni loco. Y así pasamos la comida de ayer, un ir y venir de opiniones que dejaban a los protagonistas de la opinión a la altura de donde yo tenía tenía los tacones.

Observo cómo me hace sentir que lo hagan. Me observo iniciando la crítica dentro, salvo que en vez de juzgar a otros, los juzgo a ellos por hacerlo. ¿Es lo mismo? No sé por qué lo hacéis, por qué utilizáis los 45 minutos de reunión para dejar por los suelos a quien no está. Pero no lo digo, me callo y de nuevo opto por un silencio que, dentro de mí, deja más ruido que las máquinas que limpian las calles a las seis de la mañana. Run run. Todo esto pasó ayer y fíjate, aún me sigue aquí el eco. ¿Qué decías de ruido?. 

No me gusta, no me siento bien, me incomoda la crítica, el yosoymejor, como si los demás no tuviesen ni idea de cómo se hacen las cosas bien, pero bien de verdad, como yo. En un mundo paralelo a lo que ayer pasó, yo cogía un cuchillo, me subía a la silla y empezaba a gritar, queréis callaros cabrones, queréis dejar de decir que todos son peores, que todos os caen mal, que no saben aprovechar el dinero, que no saben llevar las riendas de su vida, que no saben criar y educar hijos, que son un quiero y no puedo, que si vosotros tuviérais lo que ellos tienen, que no aprovechan la vida, que no saben de lo que van las cosas, que las cosas hay que hacerlas bien o que no las hagan. Queréis callaros de una puta vez y miraros al espejo para ver que sois uno más, ya está, que ninguno tenemos ni puta idea de nada aquí, en la vida, que nacimos por el mismo sitio, que el dinero no te hace feliz, que no tienes corazón, que lo tuyo no es mejor que lo de otro, que eres un puto individuo más. 

Pero no cojo el cuchillo ni me subo a la silla y ni siquiera soy capaz de esbozar una palabra. Me limito a cerrar los ojos, a coger el móvil un rato, a mirar al suelo y ver qué tengo dentro y a decir, adiós, hasta luego, es que tengo que trabajar. 

Y no digo ni hablo ni expreso porque sé que las consecuencias no las quiero asumir. Que no quiero sentirme aún más extraña en casa, ni siquiera quiero ser la diana de la próxima conversación dañina y cruel, que no quiero que mi madre se sienta mal porque sus hijos no opinan igual (esto a mis padres vete a saber por qué, les pone un mal cuerpo que ríete tú de un enfermo terminal), que la enorme distancia a la que estamos es lo suficientemente incómoda para agrandarla aún más y que siguen siendo las ¿raíces? a las que me aferro cuando todo va muy, pero que muy, verdaderamente mal. 


No hay comentarios: