lunes, 8 de octubre de 2018

Te conozco, dicen los que mienten

Quién sabe cuántos mensajes a tu novio, en una de esas madrugadas en las que no puedes dormir, habrán iluminado una habitación a oscuras en la que él se tiraba a otra. El móvil en la mesita y de repente, una boca, dos lenguas, cuatro piernas. ¿Lo sabes? ¿Podrías afirmarlo en un juicio en el que estuviera en juego vuestra relación? No. Poner la mano en el fuego por alguien es como querer que las rosas nunca dejen de oler. 


Creemos conocer a quienes también dicen conocernos. Y es cierto. Lo que conocemos, lo conocemos bien, menuda patraña. Ahora bien, háblame del comportamiento en situaciones que aún no han ocurrido, que aún no se han presentado, que aún no te han traspasado. Háblame de emociones y pasiones y otros látigos desconocidos que esperan dar la cara en tu presente. 

No sé quién seré en ninguno de los rincones que aún no he transitado. No lo sé. A decir verdad, solo conozco en mí aquello que ya se ha mostrado. Mas quién soy yo, la que escribe, para conocer y hablar y saber qué será de un pueblo acostumbrado al calor cuando a un invierno le de por helar la naturaleza. 

Por contagio, por inercia, seguiré siendo lo que hasta ahora he sido. Pero la vida, oh, la vida, a su libre albedrío y antojo, deseando experimentarse nueva, de estreno, tal vez me ponga contra unas cuerdas azules y verdes o marrones de las que aún no he aprendido a descolgarme después de haberme ahorcado. 

Un novio en una habitación de hotel tirándose a otra. Tal vez algo tan común como eso pueda hacer de ti una asesina, una depresiva, una maniática o la próxima hermana que se alista en el convento de la ladera. Es curioso, me habito a cada instante y sin embargo, latente espera una perfecta desconocida. 

No hay comentarios: