sábado, 6 de octubre de 2018

A los libres rodeados de barrotes

Tengo especial predilección por los débiles, por quienes quieren arrinconarse en un lado de la vida sin dejar de mirar qué cojones va a pasar en ella y cuándo van a decir su nombre por megafonía. 

No me gustan los del rincón de la cobardía y el ataque. A veces estos son los que andan en primera línea. Un cobarde no siempre se esconde, es más, hay algunos a los que se les oye más que a los valientes. Los cobardes, me refiero, son quienes se esconden detrás de la crítica, los que llevan siempre afilados los costados de una lengua que arremete contra aquello que suena diferente, que no da dinero suficiente y que no entra en el esquema mental que estructuró en egb y que sigue impoluto y al margen de los cambios que te va ofreciendo la vida. 

Si te vas, por ejemplo, a estudiar fuera y por lo que sea te vuelves. 
Si te enamoras y tienes tanto miedo de que las cosas funcionen que te tiemblan las piernas y el hígado y ya no recuerdas si tenías corazón o pene, ni con cuál de los dos estás sintiendo. 
Si coges el trabajo que no quieres coger y aún así te levantas y te esfuerzas y lo haces lo mejor que sabes y puedes y hasta te quedas cinco minutos más para terminar lo que empezaste. 
Si escribes y dibujas y esculpes y cocinas y bailas en una sala de estar que llevas una semana sin barrer. 
Si te vas al paro durante un tiempo porque no puedes, porque te agotas, porque necesitas descansar. 
Si sales a correr y pesas trescientos millones de kilos pero lo intentas. 
Si no quieres estudiar porque lo que necesitas es salir a cenar con tu chica aunque sepas que dentro de dos días lo más probable es que te deje. 

Con esos, con los libres, con los que hacen lo que les da la gana sabiendo que eso es precisamente lo que les da la puta real gana de hacer. 

No hay comentarios: