domingo, 9 de septiembre de 2018

Quiero salvarme sin querer

"Puede que me vuelva a morir, pero ya no me volveré a suicidar"

Le suelto semejante estupidez cuando hablamos del rollo de la evolución personal y tal pascual. A veces me aburro contando cómo fue. Cómo dejé de matarme por las tardes. Traducir cómo dejé de ser la asesina de la leyenda es complicado cuando lo tienes que comunicar. 

Ella, ávida de respuestas que no piensa utilizar, principalmente necesita saber cuánto tiempo se tarda en resolver los enigmas, en llenar los vacíos, en salir del laberinto. 

Desde este lado del mundo, donde acaban de encender la luz y sabiendo que en cualquier momento se va a volver a apagar, puedo ver su oscuridad y lo entretenida que puede llegar a ser. Los humanos, que vamos por ahí diciendo que perseguimos la felicidad, en realidad amamos tanto nuestra sombra que cuando te dan una vela, una linterna, tres cerillas y un poquito de gas, más nos aferramos a ella. 

Cómo lo conseguiste, dímelo, cuánto tardaré, muéstramelo. Dime qué tengo que hacer, a qué hora, qué incienso tengo que comprar y de qué color será la sábana con la que me voy a liar. Tenemos tanta prisa, tanta ilusión... Queremos que la aventura de conocernos sea no más que el título de un libro, una serie en netflix, un mensaje por whatsapp o un flash, un pim, un pam, un puto pum. 

-Dímelo, dime cómo puedo ser feliz. 
-Te voy contando, poco a poco, cómo fui dándome cuenta yo de lo que... Bueno, no sé si te servirá, entre otras cosas... lo de ser feliz... pues...  
-Ya, es que yo, bueno... jaja, siempre se me ha dado fatal. Ja. Ja. Soy un desastre. No tengo remedio. Jaja. Qué tontas somos, ¿verdad? Jiji, jaja.

Y se vuelve a reír yéndose por las ramas de los árboles de las paredes del laberinto del que, dice, no (quiere) puede salir. 





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