sábado, 1 de diciembre de 2018

No todos los pájaros caben en los desagües

Había un vertedero con tu nombre en el centro de la ciudad. Yo iba allí cada tarde, tiraba mis flores, todas las aves con ganas de echar a volar y el bebé que nació el mismo día que te empecé a amar. 

El camino al vertedero abrupto; piedras, descensos, pozos profundos y túneles muy oscuros que atravesar. Yo iba allí sorteando monstruos, dragones y fantasmas que se llamaban como tú. 

Iba allí a olerte, a verter todas mis riquezas en la montaña de sombras inabarcables. 
Iba allí cada tarde. Mis azucenas blancas, los lirios frescos, la ternura, la dulzura de mi lengua, el cisne de cuello esbelto.

Una mañana abrí los ojos que ya estaban abiertos. 
Miré de nuevo, miré de frente. 

El vertedero sigue en el centro de la ciudad pero no he vuelto a ir desde aquello. No me queda nada que tirar salvo el pequeño colibrí con alas rotas que no sé si podrá volver a volar. 

1 comentario:

Bubo dijo...

Los vertederos, de vez en cuando, es necesario desatascarlos. Aprendemos a reciclar los dolores y las penas. Cada una a su lugar si no... se nos acumulan en la garganta y no nos dejan respirar.