sábado, 15 de septiembre de 2018

Y eso que... tan solo es un puto circuito neuronal

Y entonces, así porque sí, mientras miras una serie y lees y dibujas, un ojo se pone a mirar fijamente todo aquello de lo que carece. Mira un abrazo y una conversación y una caricia y lo que hace el pelo en tu cara cuando alguien lo toca. El ojo, a tu vera, emerge de entre aquello que te entretenía y se aleja del centro. Se coloca allí, bajo un párpado bien abierto, saltando de una ausencia a otra. Se divierte, juega, surfea la oscuridad y te la muestra. 

Y había luz, había calma, había nubes y una emoción aún no nombrada. Paciente, toda yo esperaba sin esperar, que todo eso cogiera un verbo para poder decir a qué me dedicaba después de haberlo sentido grande y ancho por dentro. 

Y ya ves, el ojo despierto, el ojo audaz, el ojo revuelto. Estaba en las nubes, no sé, eso dicen. Estaba en un lugar en donde mi propio cuerpo se me quedaba pequeño para tanto bueno y bello y suelto y pasajero y profundo y esbelto. Pero ese ojo, ese maldito ojo rebuscando entre los cojines del sofá los versos más tristes para poderlos vomitar. 

Venció. Me venció. 
La mirada dulce se repliega, se arruga y se esconde. Ya no está.
La otra, la fúnebre se crece, se despliega. Se queda.  

1 comentario:

El Árbol Rojo dijo...

... sabes que no, que no "se queda"... tu lo has escrito y dibujado tantas veces... como estas nubes ...

<3