domingo, 11 de noviembre de 2018

La templanza y otros básicos

Le hablo de templanza y me dice que le suena a una peli del oeste. 

-Subnormal, eso era Bonanza.
-Ah, yo qué sé.

Supongo que es algo así, esconder términos, desterrarlos del entorno. Supongo que todo aquello que requiere reflexión y mirar adentro y bajar el ritmo y aminorar la velocidad, nos lleva desbocados a recuerdos más livianos, a palabras más frescas. 

-No me compliques la vida que bastante tengo yo con trabajar treinta y tres horas al día. 

Me quedo allí, curiosamente inundada por el término que intento explicar. Podría arrancarle la cabeza ahora mismo, podría zarandearlo hasta ver caer los ojos, el pelo, uno a uno los dientes. 
Pero echo un vistazo a la existencia, es simple, solo presto atención a mis pies apoyados en el suelo, al impulso lascivo que parece adueñarse de lo que soy, a mis ojos buscando otras órbitas. La conciencia hace el resto; frena los impulsos. El caballo encabritado está bajo el mando de las riendas de un jinete que soy yo.
Yo manejo, yo dispenso, yo tengo el mando. 

La templanza, qué bonita palabra, qué difícil tarea cuando el mundo parece un circuito de fórmula uno y dos y trescientos coches circulando a la vez por la misma vía. 
La templanza; saber tirar del ronzal, agitar con el brío preciso el pescuezo del animal que galopa salvaje. 
La templanza, como la hora a la que ve mi padre las pelis del oeste, la siesta, donde todo para, donde todo se ralentiza. Que la calma no es solo permanecer quieto, es saber arrojar la fuerza precisa para que el mundo sea nuestro y no nosotros del mundo. 


1 comentario:

Anónimo dijo...

Que el mundo sea propio, premisa ineludible.
Llegué de casualidad, me quedo navegando un rato.