jueves, 22 de julio de 2021

Huele a cerrado

 Huele a bar antiguo en el corazón de los que se amaron y ya ni se saludan. Había un charco de fango al bajar las escaleras del patio de butacas del concierto de anoche, cantaba Quique aquello de 'necesito entrar en los sueños de alguien' y viniste a la fila dieciséis, te senté a mi lado y te hablé de los desplantes y de la última despedida en la que no dijiste ni adiós y de que se acabó lo de revolcarme en tu pelo, que allí solo huele a lo que huelen los baños del bar antiguo del principio. 

Qué tenebrosos los recuerdos que dejan de serlo para ocupar el momento, qué falta de oxígeno, qué malestar, qué raras suenan las canciones ahora que aunque quiera cantártelas ni siquiera me sale la voz. Y ahora qué, gritan los aplausos, ahora que al que quise después tampoco se le ha dado bien encajar en esta libertad tranquila. 

A Quique le han salido canas en la barba, está más delgado y no pude saludarlo para decirle que sigue siendo un satélite rondándome a diario. Se vino conmigo un amigo que sabe de mis entierros y duelos y reencarnaciones, qué sería de nosotros si no nos entendieran unos ojos en calma, ¿verdad? Pensaba en la furgoneta de vuelta en lo que cuesta empezar de nuevo porque nunca es desde cero, es con todo eso que, de vez en cuando, asoma a la superficie de los mares como barquitos en los que decido no montarme, para qué si siempre se hunden.

Seguir a la deriva, dejándome mover por la vida, ya no me aferro a los puertos conocidos. Lo que intuyo es que tampoco lo haré en los nuevos. 


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