jueves, 11 de febrero de 2021

Admirar el vuelo de las cometas que no vuelan

 Sigues al final de la cuerda que me impide saltar al vacío de todo lo que desconozco. Bailo, corro, me muevo hacia allí, ando, paseo, danzo con las puntas de los pies erguidas, con las rodillas tersas, con el vientre que se inclina. Pero sigue la traquea saboreando lo que nunca nos ocurrió. Por eso cuando las esquinas me golpean, vuelvo al trozo inmenso que ocupas dentro para soñar con aquel mundo posible que fue imposible. 

Te quiero, nada se terminó, estás tan dentro como entonces. Y a la vez se ha abierto un jardín donde me bebo la dulzura y me dejo atravesar la garganta de salvia nueva, un nuevo faro, el olor a nuevo y la novedad de que no seas tú a quien digo te quiero. 

Y estás, en el lado opuesto al jardín, en tu cueva llena de lo que podríamos haber sido, repleta de caminos que no escogiste, todos los tú que no quisiste vivir. Sigues allí, yo te convertí en lo que no tú no pudiste. Viajábamos, follábamos, nos reíamos, hablábamos, nos entendíamos, nos queríamos, a veces aún vuelvo allí, un lugar de paso, un bálsamo donde regodearme en lo que pudo ser y no fue.  Una cuerda de cuyo extremo no cuelga nadie, el hilo de la cometa que no vuela. 

Me preguntaba yo a menudo cómo sería eso de vivir sin ti contigo dentro tan dentro. Y sigo sin tener respuesta salvo la vida misma abriéndose sin que yo le diga que no. Aún a veces te echo de menos. Y hay flores, como te digo, rodeándome, cuyo olor no percibe la parte de mi esqueleto que se niega a renunciar a ti. Es una de las formas de la psique, la mártir, queriendo estrellarse de vez en cuando, es así como se sostiene y sobrevive a través de mí. 


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