sábado, 28 de noviembre de 2020

Al final, el silencio

 Añorar el beso, el verso y la luz del final del infierno. Las luciérnagas revoloteando entre las vísceras del dolor antiguo y denso, el que a veces, como los terrones de azúcar, termina diluyéndose como las hojas del almendro.

Echar de menos la ternura entre las sílabas, palabras que alientan y cuentan que, pase lo que pase, estaremos juntos moviendo un barco que no existe pero en el que nos movemos y, las mismas veces, naufragamos. 

Volar. Salir volando de entre las espinas del huerto, izar el alma, escurrirnos del destierro, pon una cometa que lance mis ojos a otro espacio, para no ver que nadie se queda, que nadie permanece, que se parece el amor al agua llegando a las orillas, cada vez menos, cada vez más quieta. 

Allí, al descolgar un teléfono, al enviar un correo, después de un buenos días, detrás de una cerveza, siempre espero el movimiento; alguien que mece, unas manos que danzan, acurrucarme bajo una manta que alguien presta, no estás sola, no estás sola, no estás sola. 

Pero sucede que añoro el beso, el verso y la luz del final del infierno. 

1 comentario:

José A. García dijo...

Extrañar(se) hace bien. La mayoría de las veces.

Saludos,

J.