domingo, 18 de octubre de 2020

Monté una verdad y me crecieron las preguntas

 Tengo la algarabía de los amores buenos tirando cohetes en el centro del corazón, el fuego, la danza, decenas de hombres y mujeres saltan alrededor de lo que soy capaz de sentir. Es una fiesta, banderines en la coronilla, olor a algodón, almendras, tiovivos, todas las luces de colores que fuimos capaces de advertir. 

Luego es de noche y vagando por las aceras me pregunto para qué nací, por qué estoy yo aquí. El porqué de la vida nunca me dejó dormir. Entiéndanme, he dormido millones de horas en estos cuarenta y cinco años pero también me mantuve despierta cuando nadie más sabía de madrugadas frías y pies helados debajo de las mantas. 

Suele pasarme que, como en las ventanas de una casa enorme en lo alto de una montaña, todo está de par en par. Entiendo cada vez menos, me pregunto cada vez más. No hay lugar de salida ni conocí nunca la meta concreta de ninguna respuesta. 

Así voy, como la bolita de un péndulo del que sabe hipnotizar. Tengo pájaros en la cabeza, planetas enteros, un universo y aún otro medio sin visitar. ¿Tú entiendes de porqués? ¿Sabes algo más allá de lo que inventó tu personalidad? Es horrible sentir la separación entre el mundo y yo. En algún lugar sé que somos lo mismo, la canica que da vueltas por un suelo que no deja de echar a volar. Pero percibo la división a menudo, la lejanía del alma que no entiende absolutamente nada y tengo tantas ganas de explotar que no sabría contarte el para qué. 

Y así, entre vaivenes de seda y esparto, sigue respirando eso que no soy yo pero que se apodera de mí. 

 


 

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