martes, 29 de septiembre de 2020

La nada también pesa

 Tengo en las rodillas cien millas de lana gruesa, las mantienen unidas, pegadas, apenas tengo aire entre los muslos, no respiran las ganas, siento encerrada el alma, si es que eso existiera, en la cueva a la que otras veces accedieron algunos aventureros. 

Podría volar, podría danzar entre los muertos que me rodean, podría tantas cosas. Y aquí me tienes, enredando el corazón en las algas que me invento, como si tuviera la vida que explotarme en la frente y entonces, y luego, y ya verás. 

Pero siento el negro de un ataúd cerrado llamándome a gritos desde el cementerio. Explota la vida en las flores, en la risa que se oye detrás de un telón, se expande el oxígeno cuando alguien canta, pero yo, yo solo veo las arrugas de la seda y algodón que acomoda a los muertos que ya no van a ninguna parte.

Peso. Peso demasiado para los kilos que muevo, pesa la voz que cuando hablo se desploma en la punta de los dedos. Parecen los demás bailarinas, ruiseñores, alondras. A mí me pesa eso que no puedo describir porque no existe, ya lo sé, pero es tan real como la lana gruesa con la que comenzaba este texto. 


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