Déjame elegir el aire en el que quiero respirar, ahogarme o marearme. Déjame pertenecer a los abanicos abiertos, a las hojas moviéndose, a un ventilador con las aspas oxidadas, a los huracanes que aún no he sufrido. Déjame morirme de pena, de risa, de cansancio, de hastío, de asco y pereza a partes iguales, déjame morirme de placer. Déjame elegir mi modo de vida, el libre albedrío, perfeccionar mi astucia al decidir equivocarme, estrellarme, aprender a salvarme y asumir cada día que voy a morir cualquier día.
Deja de protegerme, de quererme presa, de pretender que siempre me porte bien según tu bien. Deja al viento romperse en las paredes, aprender a surfear, a silbar, a sortear obstáculos, a moldearme, a sacudirme de lo que sobra y estorba. Déjame jugar a perder, jugar a ganar, jugar por jugar y vivir en esa paz del después de las batallas.
Quiero ser el ejército entero, el soldado herido, la tropa ignorante, un general frustrado, el sargento de humo y el capitán de mi propia individualidad.
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