sábado, 8 de agosto de 2020

En el manantial

 Conozco el fondo de la taza del café mejor que la crema que lo colma, sé de las siluetas que aparecen en un pasillo largo justo cuando apagas la luz y siempre me moví con más soltura en el eco de los que ya se fueron que en lo chispeante de su presencia. 

Sé del proceso de putrefacción de las manzanas en mi frutero, de estanterías vacías y de la fina capa verde que se forma en el horizonte de los charcos. Sé más de morgue que de salas de paritorio, más de salas de espera que de líneas de meta, más de despedidas en aeropuertos que de carteles de bienvenida. 

He visitado con frecuencia el fondo de un océano donde no llegaba el sol por más que lo persiguieras y si te hablara de experiencias cercanas a la muerte llenaríamos todas las salas de una biblioteca antigua. 

Pero también conozco la brisa y las arrugas de mi alegría, los hoyuelos, las tinajas llenas de agua fresca, la loba que me habita y la manada de crías que soy capaz de amamantar. En las entrañas me nacieron algas y aprendí a hacer cortinas y pulseras y anillas con cascabel. De todo aquello que frecuenté he querido que se quede esto, un manojo de siemprevivas enganchado en la solapa para que tú las huelas y tú las mires y si quieres, para que tú las arranques, porque estoy a salvo, porque siempre me van a brotar más. 


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