Ah... y qué me dices de eso a lo que con los labios abiertos y la potencia del mundo en la garganta, llamas amor. A eso que quieres que te den. Que te llenen, que te completen, que te entretengan y te hagan reír. Llamas amor a un negocio entre dos en el que la suma de las partes logre dejarte tranquilo y en paz. A lo que tú no puedes darte, ni quieres ni sabes. Y por eso esperas, confías y deseas que venga alguien a entregártelo.
Amor, el concepto del amor para olvidar que eres tu responsabilidad, que solo viniste, que solo te irás. Pero es que yo necesito, es que yo quiero, es que yo merezco. Hay un timón que nadie ha cogido, unas riendas sueltas, hay un centro en tu existencia que ni miras, ni observas ni quieres entender.
Que venga otro a decirme, a sostenerme, a quererme, a hacerme sentir bien cuando me siento mal. De todos ellos, de los de fuera, escoges uno como destino y le obligas a quererte. Ahora, también dentro de cinco minutos y de diez y mañana y por qué no, para siempre jamás. Qué mierda de vida es esta, dices, sin pareja, sin compañía, sin mitad.
El amor, vendido como una idea que se convierte en concepto, luego en creencia y más tarde en sentencia. Si nadie me quiere como digo yo, en qué lugar me deja esto. Frustración, tristeza, tragedia, la vida no habrá merecido la pena. Y así vamos, con el amor por bandera, jodiéndonos la vida entera.
La relación libre entre humanos, la relación de dentro me refiero, la que sabe que todo es incierto y que solo se mueve entre rígidos pensamientos que nos enjaulan y encierran. El confinamiento está ahora en boca de todos pero lleva no sé cuántos siglos desarrollándose en el corazón de cada cual. Cada vez más alejados de lo que realmente somos. Cada vez más exigentes, cada vez más confusos, cada vez más vacíos.
Durante toda mi vida he buscado tanto fuera...
Entendí que no era por ahí donde encontraría yo un sostén, un alivio, calma, cobijo. Obligué a otros a quererme. Quererme. Ni siquiera sabía qué era eso, yo solo quería estar bien y pensaba que así seguro que sí. Me quisieron, dicen. Yo qué sé, llamamos amor a vete a saber. Y lo buscamos, lo anhelamos, lo deseamos, peleamos por encontrarlo, como si fuese un tesoro que un día, zas, nos explotará en la cara y nos reventará de dicha y bienestar. Ya sé que no vas a creer que solo dentro está la fuente, que yo tampoco sé cómo se quita el fango que impide que brote y surja y salga y se expanda. Pero el nacimiento del río no está lejos, no está en el otro, no está en que te llamen, te contesten, te pregunten, se interesen y mueran por vos. El nacimiento está en otro lugar intangible que no cesa, que aparenta desaparecer solo cuando ponemos una y otra vez ese pseudo amor al frente.
No sé dónde está... porque ya es, es de lo que hablo, es la que escribe, es la que lo lee y también la que lo siente.
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