De confinamiento y desescaladas.

Cuando fui el centro del universo todo giraba a la misma velocidad que ahora, pero era yo el lugar donde se originaban el viento y las acciones. Pinté, conversé, reí, amé en la distancia amando desde cerca y brotaban de una fuente inexistente que me habitaba millones de toneladas de hojas verdes. 

Cuando fui el centro del huracán y los volcanes, cuando desde mí surgía el resto, cuando estábamos en casa y encontré yo el hogar más cálido de todos los hogares, corría la vida a sus anchas. Era yo la cometa y el niño que la elevaba. Y la arena y el aire y la cuerda que la sujetaba. 

Luego salimos de nuevo al cielo y se dispersaron los átomos, se expandió la densa energía que fluía y empecé a envolverme de inercia y motores que no se paraban. Lo que yo hacía antes del deshielo ocupaba las horas y llenaba los días. Quedamos, claro, luego te llamo, después me paso, no te preocupes que te lo soluciono. El trabajo, los planes, los bares y el no me has devuelto la llamada. 

Incluso antes de abrir los ojos, ya no era solo yo la que despertaba, venían conmigo las urgencias y hasta la dependencia ya curada. ¿Qué piensas hacer?, ¿hacia dónde diriges la mirada?, ¿vas a retomar lo que tenías entre manos?. Toda yo era inquietud, incomodidad y desgana.

Y de repente un libro se abre justo en el preciso poema: Vuelve a ti, dicen las hadas, es dentro donde sigue estando el centro y no en las afueras automatizadas. Cuando ya sabes quién eres, es inmensamente fácil volver a serlo.