sábado, 23 de mayo de 2020

Solo por los colores

Solo por los colores, merece la vida ser vivida, decía no sé quién seguramente después de conocer la intensidad del negro brillante azabache que poseen los ojos de los cuervos que todos tenemos dentro.

Supe de ese color, de la tonalidad de la madrugada cuando te agarra el hígado, a lo largo de tantos abismos que podría necesitar otra vida entera para contar cómo me fue en esa. 

Lo que tienen las sombras es que son como el fondo de una cueva que no tiene fondo, o sea, que llevan siglos sin conocer ni un mísero rayo de luz que les entre de entre alguna grieta. Y que no es el fondo, eso lo sabes después, que si te dispusieras a seguir cayendo en vertical, no llegarías nunca a ningún final. 

Pero fue suficiente el territorio visitado, ya sabes, las vísceras, las entrañas del dolor, las agonías y las serpientes con una lengua tan larga que le daba para abrazarte la yugular y dejarte sin respirar. 

Lo que pasa en el después, en este mismo ahora en el que cuento todo esto rememorando los acantilados, es que me está bañando el azul, unas cortinas de mimbre rozan la ventana, parpadeo y llega el turquesa del cuadro que acabo de pintar. La vida y sus colores abiertos en el fondo del pecho. Todo es blanco en realidad, ya lo sabemos cuando nacemos, y se va llenando de autovías y pasadizos, de reflejos y cadenas, de fantasmas y novias desveladas. La vida, tan hermosa, reventando en el centro de las flores del patio de mi madre. 

Me tiembla aquello que nadie verá jamás, lo que no se puede oler ni escuchar, pero tiembla como baila la cuerda de la guitarra cuando la acabas de tocar. 

1 comentario:

José A. García dijo...

Después de conocer semejante matiz de negro, todos los otros colores ya no parecen tan importantes...

Suerte,

J.