martes, 19 de mayo de 2020

El impulso ajeno

No es el lugar, me digo, ni la arena que piso ni los paisajes que veo desde un supuesto balcón imaginado. Cierro los ojos cuando no me gusta lo que escucho, cierro los ojos sin necesitar el parpadeo, tal vez queden abiertos como persianas de bares a las seis de la mañana, pero yo ya he cerrado la ventana que me une a los otros para inventar el horizonte, los pájaros, el turquesa del fondo de un río y un montón de esperanza con pétalos violetas. 

Suelo irme lejos cuando no me gusta lo que algunos dicen, cuando se me hace pesada la cadena atada a sus palabras, cuando se les sale el miedo por las arrugas de las vísceras, cuando hablan del tiempo, del clima, del humo del futuro o de esa vida de otros que ni siquiera sé quienes son. 

Suelo irme adentro, investigo ciudades sin calles, playas sin gente, laderas que aún no saben de huellas ni pisadas ni sombras de seres humanos. Y me voy a allí a descansar, a vivir espontánea y liviana. He volado sobre rosales y he navegado en aguas que acababan en cataratas que nunca llegaban al mar. Pero no es el lugar, me digo, es el amor con el que lo creo. 


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