lunes, 6 de abril de 2020

Cuánta risa le hace falta a la seriedad

Cuenta la leyenda que nos hemos vuelto tiernos, que solo tienes que poner voz de agujero y recitar un poema de alguien que sufrió. Cuenta la leyenda que anda la ternura devastada entre las letras de quienes quieren escribir bonito, rimando y con esa melodía que se te queda pegada en el hígado corriendo hacia la parte posterior. 

Reírme de mis textos, reírme de cómo me pongo cuando me pongo seria; solo el hecho de poder reírme conmigo de mí, hace que lo que escribo, lo que digo, lo que me cuento y lo que recito, tenga el poder de hacerme sentir bien. 

Todo lo demás me aburre soberanamente. La seriedad sin chispa, la poesía sin reírse después. Exaltar el amor sin atisbar con la carcajada que menuda patraña nos hemos llegado a creer. 
Si escribo lento, suave, con dulzura y como bailando un vals, jamás me llegará a la parte contratante de la parte de adelante si en el entre líneas no me observo descojonándome a la vez.

A veces soy dommcobb o soy Ana o soy alguien que llora, alguien que relata en idioma bonito lo que me golpea el corazón. Y me meto de lleno en una frase célebre que si no fuese mía serviría de lema a no sé quién. Y me meto de lleno en unos autoversos. Y me meto de lleno en ese final que quiero redondear. Pero si después no hay risa con sonrisa, si no hay quebranto de ese seriedad, se queda todo en un absurdo escenario donde, paradójicamente, deja de tener verdad. 

Ya sé que pocos entienden esta mierder que cuento, que me colocan la etiqueta de falta de seriedad, pero ay, ojalá supieran que cobra grandeza aquello que es tan sagrado como insignificante a la vez. 

2 comentarios:

Bubo dijo...

Mezclar la seriedad y la broma, la risa, no es solo conveniente si no saludable.

Nebroa dijo...

Para mí imprescidinble!!