miércoles, 18 de marzo de 2020

Los viejos amigos

Porque ya veníamos temerosos y cansados, ya veníamos vacíos y asustados. Por eso corríamos a saltos, brincando entre los humanos cercanos, pasando por encima de besos, después te llamo, no tengo tiempo para que nos veamos.

Porque ya veníamos agujereados, un abismo en el centro del pecho que pretendía ser llenado con todo eso que ahora nos han quitado. Y de repente, los mismos huecos, los mismos dolores, el desconsuelo. Todo está a la intemperie aunque nosotros nos protejamos. En la mesa del salón, en la cocina, en el baño, todos los espejos rugen. Cuánto tiempo llevábamos sin mirarnos.

Y de repente el viento, el terremoto que nos ha des-colocado en el lugar del que huíamos; a nuestro lado.

Alrededor unos pocos (o ninguno) y la soledad. Nadie sabía sentarse en una silla a vivir nada más. Y ahora si escapas te multan, si huyes te contagias, si renuncias puedes cargarte a quien más querías y quieres y querrás. 

Pero ya veníamos oyendo el ruido que ahora nos deja tan sordos. Sabíamos de la inquietud y sobre todo de la falta de amor que también ahora anhelamos. Encontrarnos nos salva, pero ya sabes de lo que te hablo, de lo de buscar en el lugar equivocado buscando las llaves debajo de una luz aunque se le hayan perdido entre las sombras. Un poco igual, un poco así. 

Y siento, más allá del vértigo y tanto miedo transmitido, esparcido y propagado, que sigue habiendo un país, un territorio, un puto océano o como coño queramos llamarlo, donde siempre estaremos a salvo; aquí, de nuestro lado. 

1 comentario:

José A. García dijo...

Un abrazo es el mejor escudo.
O una cadena, según otros.

Saludos,

J.