sábado, 28 de diciembre de 2019

Nada hubo y nada queda

Me río del desconsuelo interno, de volar con los ojos cerrados a estrellarme en el muro conocido. Me río de su voz y sus excusas de siempre, del saco donde me ha metido cuando dice: Es que os creéis que no quiero quedar, os creéis que no hago nada. Me río de la desesperación interna, de preguntarme qué buscaba cuando lo busqué y qué esperaba cuando lo esperé.

El objetivo se cumplió, yo solo quería dejar de tener su barba en medio de las otras barbas, dejar de mitificar nuestra historia de amor inventada, dejar a un lado aquello que yo sola soñé frente a la realidad inmensa que ahora me aplasta. Y funcionó. Yo solo quiero vivir cosas nuevas. Pero lo busqué y hasta creí que haríamos el amor por última vez. Me refiero en un abrazo. Ahora sé que yo sigo pecando de soñadora de cosas que no están. Invento que en algún rincón hay amor y me mato por retenerlo. Me pasé ocho años en una ilusión que decía que allí sí. Por eso en un descuido volví a creer que ahora también. Pero otra vez no, claro. Pero fíjate. 

Me abrazo ahora al único lugar que conozco donde nada falla. Está aquí dentro, siempre me perdono porque ni siquiera hay nada que perdonar, me entiendo bien. Estoy conmigo. El único lugar en el que nada falla. Un día, cuando en las ventanas se refleje, cuando en los escaparates se muestre, cuando alguien frene y mire de frente, me verá. 

Dice la cabeza que ese día no va a llegar y respiro y claudico ante la inmensidad desconocida de la vida. Qué sabrás tú le digo, de adivinaciones si cada vez que lo hiciste falló lo que inventabas. 

Dentro de un rato hay una fiesta en casa de A. No tengo ganas de ir porque me siento vulnerable y sin ganas de ji ji ja ja. Tal vez eche a volar. 







1 comentario:

José A. García dijo...

Volando puede llegarse muy lejos, muy rápido.

Suerte,

J.