jueves, 14 de noviembre de 2019

Al dolor no lo calma la razón

Me empeño en entender conductas que en principio no tolero. Me esfuerzo en explicarle a la niña que soy (entiéndase como esa división interna que hacemos para favorecer dentro el equilibrio, puede leerse como la parte más vulnerable y nos vendría igual de bien) lo injusto que parecen algunos tramos.

Ella no entiende, se pregunta por qué pasan cosas que ella nunca haría. En la libertad de las mentes, le digo, caben todas las acciones, pueden los humanos amarte durante cinco minutos y luego no volver a llamarte. Sigue sin entender cómo es eso de amar efímero y puntual, sigue sin comprender cómo abre uno las puertas y deja salir aves volando y de repente, un portazo. Le vuelvo a explicar que no todos los pájaros vuelan igual, que la libertad individual está servida y que precisamente algunos vuelos consisten en eso.

Pero no está conforme, lo entiende pero dice que le duele igual. Insiste en encontrar personas que la entiendan, que compartan su forma y sus versos y su manera de amar, llámale volar o un verbo que encaje más. Debe haber un lugar donde otros, como yo, no te suelten de golpe, no vayan contigo al borde de un precipicio y justo cuando saltas se vayan a otro lugar sin agitar las alas para despedirse. 

El vuelo, le repito, siempre es en soledad, otros te acompañan, vienen, van y... Me calla de golpe clavándome su mirada tierna, amorosa, cargada de dulzura y pureza: a ti también te duele, así que solo abrázame. 


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