sábado, 31 de agosto de 2019

Detrás del telón

Quince minutos, decía. Tenemos quince minutos antes de llegar al lugar donde no puedes estar. Quince minutos para que sigas volando y bailando y hablando del sol. Pero luego te escondes detrás de esa cortina y no salgas hasta que vuelva a decírtelo yo. 

Él me lo decía y yo lo entendía. Claro, claro que te entiendo, claro que te comprendo, claro que sí. Me escondo yo, me apago y luego le volvemos a dar al ON. Tú puedes seguir jugando a que no pasa nada, a que todo está bien, a que sigues viviendo en pareja sin que ella sepa nada de esta vida de nosotros dos. 

Así es como encerramos a las niñas que, desde dentro, nos reclaman. Puedes jugar quince minutos en el parque, puedes embarrarte de chocolate, puedes subirte la falda y saltar en los charcos, puedes ondear las cometas, las banderas, los besos y el amor. Pero dentro de quince minutos, se acabó. 

Jugué con él a eso, hasta nueva orden, la escondida era yo. Ay, si supierais del mundo de detrás del telón, si supierais lo que hacemos las niñas encerradas en un cajón. Si supierais de todo lo que se puede llegar a soñar desde ahí, tan pequeñas, tan obedientes, tan vamos a ser todo lo que anheláis tener. Malabares, actuaciones estelares y saltos de puntillas en vuestro corazón.

Las niñas, después de un tiempo, están enfadadas, desorientadas y completamente desoladas. Tienen que echar mano del esqueleto instintivo, de la loba que lamió las heridas internas, de la fiera innata que las amamantó. Echan mano de todo eso cuando alguien nuevo les dice ven, puedes jugar aquí siempre, al aire libre sin prisión.

Pero vivimos tanto tiempo ahí que cuando nos quitan el trapo de la cabeza, cuando nos apartan el bastidor, no recordamos cómo se jugaba en los charcos. Y lo peor de los peores es que cuando vemos una cortina nos volvemos a esconder y esperamos el apagón.

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