martes, 20 de agosto de 2019

De volar siempre se vuelve

Se me elevan los pies y voy subiendo, brazos en alto, manos abiertas, a investigar los cielos que no he vivido, se crean tres nubes con forma de avión para que suba. Y suba. Y suba. 

Despego. Sé que me despego del suelo y de la vida real y de la normalidad de los mortales que se quedan. Como yo, antes. Pegados a tierra, sin soñar, sin bailar, sin creer que algo así, como esto, puede pasar. 

Me elevo, me lleva el amor y los árboles cada vez más pequeños y van quedándose las farolas como puntitos negros a lo lejos. Y subo. Subo. Subo.

Tengo ganas de llorar, desbordada, e inundo de azul los espejos donde me miré, mi anterior vida, el estado sólido y pesado del pasado. 
Soy el aire huracanado y el aro que rodea a júpiter. Soy el espacio y el estado puro de la vida. 

Y de repente, las cadenas. Dos grilletes devolviéndome a tierra. De nuevo una piedra y el peso de todo el universo sobre mi cabeza. De nuevo la vida, esta, la conocida. 


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