lunes, 19 de agosto de 2019

Estos buenos tiempos

Cierra el penúltimo cine del centro. Todos están en las afueras y los paseos por las calles sin alma van subiéndose a nuestra espalda. Ahora entras a las tiendas y las dependientas apuntan su nombre en la pizarrita digital de los probadores. Me llamo Andrea, llámame si me necesitas. Somos trescientas catorce mujeres probándonos la misma falda y ninguna llama a Andrea. Una vez salí del probador con los pantalones blancos de talle alto para que Andrea, o María o Carlota me dijesen qué tal, ¿me los llevo? ¿tú te los pondrías para ir al cumpleaños de vete a saber quién? Creo que se transparentan demasiado. Pero Andrea corría rauda y desquiciada rotulador en mano, apuntando quince veces su nombre; me llamo Andrea, llámame si me necesitas. 

Las cadenas quieren aparentar cercanía, las butacas de los cines son cada vez más cómodas. Sí. Y  más alejadas unas de otras. En los bares los jefes no se fían de los empleados y ponen máquinas donde echar el dinero de la cuenta; espere, las vueltas salen por esa rendijita. Dices buenos días en las tiendas y te contesta uno que, como tú, debe acordarse de Cristobal, el que abrió la tienda en 1986 y donde hablábamos del tiempo, del trabajo, de llévatelo, no te preocupes, ya me lo vas pagando . 

La honradez, supongo, nos acercaba. Y la palabra era un contrato. 

Cuando al hablar nos daban dos toquecitos en el hombro sentíamos que en realidad no nos estaban escuchando, ahora en instagram con dos golpecitos en la pantalla le decimos a alguien que nos gusta su comentario. Y ya. A menudo nos dejamos hablando solos, no nos contestamos porque ya no nos miramos. Nos aislamos, nos vamos saliendo del centro, como el penúltimo cine, para estar cada vez más aislados. Y enfadados. Y en las afueras de nosotros mismos. Y tremendamente solos. 

2 comentarios:

José A. García dijo...

EL problema con las cadenas es que cada vez nos acostumbramos más rápido, más fácil, a ellas.

Saludos,

J.

Nebroa dijo...

Y mira que son incómodas, las cadenas de ropa y las otras, digo, las que nos atan a un mundo antinatural que finge ser cercano porque sabe que es lo necesario, pero no se atreve a vivirlo.