Te asomabas por encima de la valla, de puntillas, mirando lo que hacíamos dentro mis duendes y yo. Veía la mitad de tus ojos con los párpados apoyados en el borde de la cerca. Cerca, estabas cerca; nunca entrabas al festival de los amores reunidos para merendar.
Toda yo era una fiesta de pijamas solitaria, me contaba cuentos, veía pelis, luchaba contra mí misma en una pelea de almohadas llenas de piedras. Era yo y también mis contraindicaciones: no mires los límites, no mires, no están, no los tienes. Alguien bordea este centro intentando arrinconar el espacio, no mires, no están, no existen.
Y me hacía más pequeña de lo que era porque tú estabas allí, mirándome desde la reja, poniendo diques al agua desbordándose, poniendo banderas como si yo fuese una tierra que conquistabas desde la barrera.
Aún me acuerdo de ti y del rincón pequeño que abarcaban tus brazos cuando me abrazabas. Quédate aquí, Ana, quédate en esta esquina, no salgas, no te asomes, no despuntes, no sobresalgas. Me acuerdo de ti como lo hacen los que salieron de una cueva llena de dragones en la puerta. Me acuerdo de ti para que no se me olvide cuan grande es mi jardín y mis flores y el rabioso color verde del que está hecha mi existencia.
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