domingo, 28 de abril de 2019

No todas las flores huelen

Tenemos la boca, la lengua, los dientes. Tenemos braquets y piercing adornando esa cueva. Tenemos, más allá, los columpios de las cuerdas vocales y el cielo del paladar. La mandíbula batiéndose en la risa, una alfombra mágica al comer y con un poquito de aire varios sonidos adornando el ambiente. 

Tenemos una fiesta en medio de la cara y no sabemos divertirnos. Nos pasa con los brazos, los dedos, las sienes. Un corazón y el silencio en medio de los latidos. Ni siquiera soy este cuerpo y sin embargo se me permite usarlo durante no sé cuántos años. 

Soy la conciencia de tenerlo, el vehículo aútonomo que quieren inventar ya está inventado. Mi nariz, decimos, mis ojos, mis rodillas resentidas. Y él, a lo loco, a su bola, ajustándose, recomponiéndose, curándose sin contar con tu mandato. 

Dime qué hay mejor que el verano de un calor humano. Yo te lo diré. Dos. Dos veranos mezclándose para parir flores que no se ven ni se huelen. A los orgasmos les deberían llamar primaveras. Y me parece muy mal que con el cambio climático, al egoísmo me refiero, nos estemos quedando un poco huérfanos sin ellos. 

Echo tanto de menos los jardines que creábamos...

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