Hay un 'uno' al lado del sobrecito verde en la pantalla, es rojo como mi corazón y es pequeño como me he sentido yo al pasar dos días sin contestar el último salvavidas que te envié.
Me incorporo en el sofá porque me gusta leer erguida aquello que sé que me va a traspasar. Inclino la espalda, busco las gafas y pienso en todos los silencios que dejamos huérfanos de amor. En todas esas horas a medio gas que pasan las personas esperando la respuesta de algún truhán. En los 'vistos' que nos clavan como miradas asesinas sin ojos detrás, esas que matan y aniquilan, esas que te dejan babeando sobre el salvapantallas del móvil. Qué pena damos a veces. Tan tristes, tan caídos, asomando el cuello a un buzón. Y encima virtual. Que al menos antes las cartas en el otro buzón eran más tiernas que todos los mensajes que he recibido por whatsapp.
Cierro los ojos antes de abrir esa puerta. Cierro los ojos y preparo el esternón para lo que se te haya ocurrido contar. Tal vez hayas escrito 'yo también te quiero'. Y me alzo de par en par, me estiro, me agrando, me enaltezco. 'Que vivan los te quiero y mueran un poco los yo también' se me ocurrió escribir una vez. Pero cuántas vidas habrán salvado esas respuestas, cuántos caminos habrán escondido, cuántas oportunidades habremos perdido al escuchar ese 'yo también' después de nuestras expresiones de pasión.
Abro los ojos. Activo el pulgar. El 'uno' rojo cambia de color.
Llamada perdida de mamá.
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