lunes, 11 de marzo de 2019

Lunes al sol. Y martes y viernes. Y domingos también.

Hay quienes se adaptan mejor a la jaula del miedo, quienes caben entre los barrotes, quienes no se arañan o quienes saben fingir que las heridas causadas al pasar por un agujero tan pequeño no son tan graves. 

Hay quienes compran un despertador más bonito, menos analógico, más innovador y consiguen con eso aliviar el tedio. Hay quienes pueden de nueve a dos y de cuatro a ocho. Hay quienes en las vacaciones mitigan el destierro. Quienes ven la mazmorra que yo huelo de lejos como el mejor de sus aposentos. Un trono. Una sede. El asiento donde poner a descansar el arrebato interno que llevan en su naturaleza. 

Yo difiero, divago, me inquieto. Me aplasto. Cómo metes el mar en una botella de litro y medio. Mermada, enclaustrada y bastante perdida. 

Trabajamos para vivir. Y en esa construcción mental, en esa ilusoria tragedia griega me pierdo tanto que ya no puedo, no quiero. Me planto. Adaptamos lo extenso del ser al ínfimo aspecto del producir. Aunque ni siquiera sepamos qué estamos obteniendo. 

Y así, con los bolsillos más vacíos y el corazón mucho más lleno, muchos lunes me pregunto si puede uno vivir fuera de esa jaula sin que cualquier otra celda me rodee sin darme cuenta.

No hay comentarios: