Parte

Pero tengo el aire del ventilador en el pelo, y la punta de los dedos tecleando esto. 

Tengo un poema de Bukowsky que siempre me salva en los cementerios que llamamos bares. 

Tengo unas córneas que se mueven y enfocan el café cayendo. Tengo el ángulo de visión limitado que, por suerte, me aísla de todos los ojos, de todas las pantallas, de todos los iphones que ahora, en el desayuno, miran los humanos. 

Tengo una mudanza por hacer y la facilidad de llamar hogar a un megane de catorce años que me compré el mes pasado. Y tengo también una falda negra con corazones de colores que ahora me pondré. 

Tengo la respiración que funciona sola, tengo tabaco, café otra vez, y otra y otra y después también. 

Tengo la nariz dispuesta para oler las flores que ahora no huelen porque hace demasiado calor. Pero que olieron, vaya si olieron. Porque tengo la memoria que convierte cualquier recuerdo en un precioso instante del ahora. 

Tengo el realismo absurdo lleno de optimismo amargo. El pesimismo que invento sólo para poder cargármelo a los tres segundos. Los labios carnosos, perfume en las muñecas, un libro que ayer se mandó a la imprenta. 

Tengo el poder de imaginar, de idear, de crear lo que ya existía en algún otro lado. Tengo un rotulador negro que traduce mi intestino en diez viñetas cortas que firma una tal dommcobb cuyo pseudónimo soy yo. 

Y tengo un montón de océano salado en el llanto que no lloro. Un dique seco donde los barcos, con sus velas y su eslora y su estribor y su babor, han encallado tan dentro que no recuerdo ahora dónde cojones estaban anclados. 

Pero tengo el aire del ventilador moviéndome el pelo que me tinté también el mes pasado, y de nuevo, todas las aves levantan el vuelo.