Ahora los pájaros llevan cadáveres colgando, tienen nuestro aspecto y deambulan con el viento, vuelven del pasado en aquel cielo y caen en picado sobre mi copa de cerveza.
De repente estamos ahí, esparcidos en la mesa del bar de abajo donde me divierto y río y me descojono de las cosas que no pasan y de las cosas que les pasan a otros y del resto de cosas que se mueven.
Nosotros, congelados, con ojos de peces muertos, no nos movemos, pero estamos invadiendo el espacio donde antes solo había cañas y cubatas y aceitunas en un plato. Ceden las risas el espacio a un silencio que nadie escucha salvo yo mientras la nostalgia aparece y la pesadez de la ropa se vuelve incómoda y quiero salir corriendo al lugar donde fuimos, una vez, ese poquito de amor que tanto echo de menos.
Es sábado y en un mensaje se escribe un te quiero insulso, vacío, repetitivo y carente de oxígeno. No significa nada que no sepamos, lo leerás el lunes y ya habrán vuelto los pájaros de este cielo a volar anchos y esbeltos sobre las rotondas de la ciudad donde ya soy otra, valiente y con la frente despejada y abierta al mundo recién creado.
Pero anoche, de nuevo, los cadáveres respiraron.
1 comentario:
Algunos cadáveres si que no saben cuándo darse por vencidos (o muertos).
Saludos,
J.
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