lunes, 13 de julio de 2020

Es mi soledad más amplia que un gran país

Quizá sea ahora la soledad el último refugio para los que amamos vivir en libertad. Quizá se haya vuelto el mundo un hostil campo de batalla en el que las minas sean los iguales, los que erguidos se han creído dueños de la vida y de la forma de vivirla. 

Quizá, en medio de una aparente batalla llena de palabras como balas, discursos como misiles y ruedas de prensa en las mesas de los bares, no pueda uno vivir en calma. Divididos, enfrentados y tan separados que lo que podría haber sido una escena de amor constante es ahora el punto álgido de cualquier película bélica. 

No me siento bien aquí. No me siento bien rodeada de antipensantes con miedo a preguntarse, negados a dialogar, a recibir información de todos los frentes, a escuchar. No me siento bien en los espacios donde no puedo ser yo, donde ni siquiera puedo descubrir lo que aún no conozco. Las barreras, las normas, las leyes nunca me sentaron bien. Por eso me sentía encerrada, triste, cabizbaja y rondando a menudo la idea del suicidio (no conocía otra salida) cuando estaba perdida y sin saber quién era. 

Luego, cuando me encontré y supe que surjo de un vacío intenso, preciso sentirme libre en la vacuidad de la que estamos hechos. Pero no. Hay leyes por todas partes, el reducto ínfimo en el que puedo moverme a mi antojo mide dos palmos por cada lado y me asfixio. No llevo mascarilla y siento que me falta el aire más que a los que sí la llevan. Siempre me pregunté cómo pueden vivir algunos dentro de un zulo construido por otros que dijeron que ese era el único lugar donde se puede vivir sin cuestionarse de dónde venían las voces y cómo crecieron ignorando su propio poder. 

Yo no quiero que nadie venga a mis formas, a veces ni siquiera quiero contar cómo me gusta vivir, pero sigo sin soportar que me empujen a un lado del escenario, no soporto que alguien coloque cintas y bandas retráctiles cuyo movimiento está bajo el mando de unos pocos diciéndome que de ahí no me puedo mover, que no puedo salir. Me ahogo cuando salgo a pasear, la ciudad se ha empequeñecido y solo pienso en los árboles de la casa de campo de mis padres. En la montaña y en la sombra del chopo. En la madera. En la tierra amplia que no sabe de mentes estrechas, de obligaciones, de trabajar para comprar, para luego tirar y vuelta a empezar. 

Hace unos años aprendí que siempre hay un jardín interno donde siguen volando las aves, donde brota el verde de manera natural y donde puedes ver el oxígeno dando forma a lo que es. Esa es la soledad que nombré como refugio al iniciar el texto. Y me noto alejarme del resto. Lloro ahora porque estoy asustada de saberme en un lugar en el que ya no hay vuelta atrás porque ni siquiera existe el sitio al que volver. Echo de menos lo que inventé. Un pueblo con individuos libres ayudándose a vivir, contemplando las infinitas formas que del vacío pueden surgir. Donde yo querría volver es ahora un batallón de obedientes convertidos en policías con armas en la garganta. 

De verdad que me siento triste. Pienso en los hombres que no se doblegaron a lo que consideraban barbaries. Pienso que seguramente hay alguien en el otro extremo de estas mis creencias al que le indigna o hasta le pone triste saber que existe gente con mi forma de pensar. Por eso se revelan por las calles y les gritan a los que no llevan mascarilla al aire libre y los denuncian y dicen jódete cuando nos multan. Tal vez la raíz sea la misma. La diferencia es que yo no le diré a nadie que se quite la máscara comprada en la farmacia, no le diré a nadie que deje de trabajar de ocho a diez, que haga el amor y no horas extras. Pero los que nos salimos del camino establecido siempre hemos sido la diana de los que, muy bien educados, continuaban por la senda del por aquí siempre es mejor. 

Ya me he informado de las semillas que pueden plantarse en agosto. Y en mis escasas salidas a las calles de esta guerra también sé qué haré si me denuncian por no llevar en la cara el disfraz. Pero empiezo a intuir que mi lugar es otro, bajo el chopo quizá, que prefiero vivir sola a seguir inventado maneras de encajar aquí. 

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