domingo, 8 de diciembre de 2019

Cómo salir de la rueda sin dejar de girar

No fue hasta los cuarenta que me di cuenta de que la velocidad de mi cabeza era notablemente superior a los de mi alrededor. Pensar rápido tiene un montón de contra indicaciones; las he sufrido todas. Respecto a las ventajas ando aún haciendo una lista, más allá de la abundante creación, aún no he apuntado nada más. 

El vertiginoso laberinto de las ideas suele ir acompañado de una notable disminución de la capacidad de sentir. No soy un robot, no se equivoquen, pero casi todos los hechos, circunstancias y situaciones de la vida pasan primero por el filtro del análisis. Es después cuando uno se da cuenta de qué lejos quedó el toque fulgurante, el cuerpo vibrante, la risa natural o la espontánea forma de emocionarse. 

Llevo al menos cuatro años quitándome la adicción,. Pensar me ha convertido en una adicta andante, una enferma sutil, una continua paciente que va a revisión cada cinco minutos. 
Sigo enganchada (ustedes también), quizá soy más consciente que la mayoría y tal vez la enfermedad sea más acusada en mí debido a la velocidad, no es lo mismo drogarse los fines de semana que andar metiéndose rayas todas las mañanas nada más despertar. 

Siendo consciente de esta patología, el torbellino está servido: la firme decisión de curarme de la intoxicación debe establecerse en una mente parlante, debe aparecer precisamente dentro de la marea, de la madeja, de la enredadera de millones y millones de partículas que llamamos ideas. 
Es difícil, no diré imposible porque sé que otros lo hicieron y yo no soy más que una humana más, pero les cuento todo esto para ayudarme y como una tarea propuesta por mi propia psicóloga interior: dale voz a tus problemas para poder convertirlos en solución. 

Lo curioso del asunto es que a veces parezco el típico drogadicto que intenta dejarlo drogándose una vez más: solo esta y a ver qué tal. De todos es sabido que un ex fumador llevará consigo la latente adicción y que incluso a las puertas de la muerte, si lo dejasen, volvería a fumar para sentir aquella satisfacción. 
Ahí radica el principal problema, el pensamiento se retroalimenta, crea ganancias derivadas de su propia existencia, se dice, se cuenta, se rumorea que hay más certezas, seguridad y coherencia en una mente pensante que en una vacía. 

En algún lugar de mí hay un espacio inmenso, una calma abierta que no se piensa a sí misma, que no se analiza. Es desde ahí desde donde creo que sucede la vida, es más, creo que es la misma vida expandiéndose, el núcleo, la raíz de mi paso por el mundo, pero solo he vivido desde eso, desde ahí, alrededor de cinco minutos si junto todos los instantes en los que lo sentí. 

Buscar ese espacio es absurdo porque la que busca es la mente y sus paranoicas ideas. No sabe, no quiere saber que es ella la que estorba y que es su desaparición la única vía de acceso a ese lugar tan quieto.

¿Tú no haces nada sin pensar?, me preguntaron el otro día. Qué más quisiera yo que dejar de estar loca y no tener ni siquiera que estar escribiendo esta mierda. 

Así que vuelta a empezar: me callo, silencio, suelto el lápiz y descanso. Confío de nuevo en lo sano, en el instinto salvaje que me arde dentro y pide, sin lenguaje, que suelte amarres y deje de hablar precisamente de lo que me quiero liberar. 

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