sábado, 24 de agosto de 2019

Fuera de la caverna hay demasiada luz

Pero todos se quedan, eligen la sombra del invierno en plena primavera. Hay una cama de pinchos y cristales rotos y se acostumbran a dormir ahí, cada noche, cada puta noche. Ponen un poquito de crema en la espalda y se protegen con algodones con forma de flor. Ya no me pincho, ya no me duele, ya no se nota. Y se quedan, incómodos, en cuevas con pinta de vida. Le llaman responsabilidad, madurez y cordura. ¿Puedes creer que a eso le llaman cordura? Al trabajo de diez a seis, a comida en conserva, a bodas con corbata y número de cuenta, a limpiar la casa echando la mierda al trastero. Y se van llenando y apaciguando el dolor con alcohol, ocho cervezas, una copita del mejor vino, dos series de televisión. 

Yo, mientras, me quedo aquí, en este mundo abierto en donde no sé lo que soy pero donde por fin encontré lo que no, que la vida es más libre que ninguna otra cosa, llena de espinas y nubes y todas las mierdas dulces que puedas imaginar. Y también tengo cristales en el corazón, un montón, pero me los voy quitando uno a uno, y mira que duele, que yo sé que si no los tocas, incluso podría seguir así, con ellos ahí. Pero no. Ya no. Descubrir una galaxia y no querer quedarme en tierra. 

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