jueves, 11 de julio de 2019

Un lugar en el mundo

Tuve en los ojos dos bolsas de terciopelo negro, tuve continentes en el vientre y tinajas con forma de orejas. Quise beberme el viento y los amigos y los peces, aunque mi familia dejó de ir al mar cuando yo nací. 

Tenía en los dedos la forma precisa de deshacer los nudos de los cerrojos y entonces abría las casas de los conejos donde mi abuela los criaba para comerlos; les abría las puertas para que salieran a correr conmigo por el patio. 

No sé cuántos años tenía pero en el pañal con aquella gasa de tela de los que no teníamos mucho pero lo suficiente, también guardaba ceras de colores y me gustaba pintar lienzos blancos con mezclas que no salían como yo quería. 

Tenía en el pelo anillos de matrimonios que nunca he llegado a conocer. Rubios, más bien blancos, los cabellos eran mi única forma de beberme el viento y los amigos y los peces del mar al que ya no íbamos. 

Tuve caracolas en un cajón y a los quince ya escribía que quería morirme de golpe. Y de las puertas abiertas de las conejeras pasé a encerrarme con las orejitas gachas en las cuevas y a llenar las jarras de agua de sal con lágrimas. 

Aún tengo en los ojos y en el vientre y en los dedos la búsqueda de mi lugar en el mundo y aunque sepa que soy yo la que puede darle espacio al mundo, no consigo equilibrar lo que yo era allí, tan pequeña, con esta mujer pequeña de ahora. 

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