miércoles, 22 de mayo de 2019

Y dale con el orgullo


Me viene a la cabeza mi padre y el orgullo selectivo que siente cuando alguno de sus hijos logra lo que se supone debe uno lograr. Esos éxitos externos, ajenos. Esos objetivos que rozan los suburbios de lo que cada uno es como le dé la gana de ser. 


Miro a mis sobrinas y siento orgullo. No sé qué es eso, supongo que nombro así a la amplitud en el pecho, al espacio que se abre en pulmones, vientre, pantorrillas y dedos de los pies. Las miro y me digo: vaya, si no me caben dentro. Y necesito dieciocho millones de hectáreas para meter las emociones ahí. Y me pasa con la de veinticinco y con el que acaba de cumplir un mes. 

Nada tiene que ver la anchura con lo que hagan, con los lugares a los que lleguen, con los aviones que cojan o los que sean capaces de estrellar. El que acaba de llegar a la vida y al que le esperan aventuras, baches y agobios y la mayor con su carrera y su sueldo y su espantapájaros plantado en el corazón. 

Me hubiera gustado que me 'quisieran' por lo que soy. Y ya luego vemos lo que hago, a dónde llego o de dónde vengo. Pero parece que nunca es suficiente, ni ser ni hacer. Ahora ya no persigo el amor, no lo busco por las esquinas de cerebros esquinados. Entendí que el mío es redondo y que suele girar en forma de espiral; es por eso y por ahí por lo que me es tan fácil, ahora, deslizarme con estas alas en los pies. 

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