Ver abrirse las amapolas y en la presa de San Cristobal ver brotar el agua tras la apertura. La yema verde en el tallo de los rosales que mi padre plantó en el campo. La flor del paraíso en la maceta que Isabel me regaló.
El color de los ojos de mi sobrino cuando levanta los párpados, un comercio con las persianas abiertas. Cosas así me vienen a la cabeza cuando ella me cuenta qué y cómo le ha escrito al hombre del que se está enamorando.
La gracia de ser transparente solo se da a quienes ya han sabido mirarse sin filtros. Es hermoso todo lo que ve un ser humano cuando decide conocerse. Es hermoso y a mí me emociona saberme protagonista de un cuento similar. Nunca he sabido hacer otra cosa que eso. Y ahora, que escribo esto con mucha ganas de llorar, sigo viendo lo hermosa que soy. Lo bellos que somos quienes nos aventuramos en las íntimas islas internas que una vez estuvieron desiertas.
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