Uno más uno igual a déjame en paz

"Ah... es que yo soy un alma libre..."

Fíjate, ahora se llama así a lo que de toda la vida de dios se le ha llamado egoísta. 

Alma libre suena bien, no tiene connotaciones negativas, implica que todo lo que puede transformarse, cambiarse, moldearse o derribarse, puede y debe permanecer quieto, inmóvil. Si ya has conocido la libertad de las sábanas naranjas del Tibet, la cabeza rapada y todas las cumbres del Himalaya, para qué vas a molestarte en bajar. 

La sutil diferencia entre un alma libre y un egoísta es que los primeros saben que no están solos, que somos muchas almas libres pululando por una experiencia que nadie entiende pero que, por suerte, sentimos de manera voraz. La vida es esa otra cosa que despliega toda su verdad cuando, a ras del suelo, te enfrentas a las cosas. Las cosas son tirar la basura cuando huele, decirle al viejo de turno que se ha colado en el mercadona y ponerle paños de agua fría a tu amigo que se muere de fiebre. Un alma libre derramándose. Lo otro sería más bien, a mi parecer, un alma enclaustrada en sus propias y únicas paredes. 

Sí, tenéis razón, la vida también está en los matorrales solitarios del desierto. Y hay humanos que quieren ser eso. Organizar un escenario donde sólo haya un protagonista. Que el público mire pero no toque, que aplauda cuando yo necesite aplausos y que se aparte cuando yo, de nuevo, le meta caña al cartel de letras retroiluminadas donde pone 'ALMA LIBRE; TRATAR CON CUIDADO'. 

Claro que un alma libre no sabe nada de compromisos al uso. Porque nada lo es. Pero sabe lo que es la responsabilidad; sabe que si en pleno vuelo sus alas dañan a otros, también querrá arreglar lo que ha roto. Aunque luego siga volando abierta y concentrada en su propio cielo. 

Y hasta aquí la lección inservible 

de la hija adoptada de Paulo Cohelo. 

En realidad cada uno es lo que le salga de las neuras ser. 

Lo demás es invención propia para tratar de entender algo 

de entre todo lo inexplicable de este jodido mundo.