lunes, 13 de agosto de 2018

De las adicciones se sal... se aprende

Por suerte, qué digo por suerte, por fuerzas extrañas y profundas y prácticamente irreconocibles, conseguí salir de mis adicciones. El amor y el desamor ya no son todo eso que fueron. Aquel irremediable impulso que me llevaba a consumirlos una y otra vez dejándome en un estado de amputación mental que tiraba por tierra cualquier otro abismo al que asomarse, ha dejado de producirse de manera habitual. 

Los que fumamos mucho sabemos de qué se trata: una involuntaria voluntad que domina los momentos. Fumo porque me gusta. Y me daña, ya lo sé, pero no puedo evitarlo. El que no puede evitarlo es el que te escribe ahora mismo, el que dice esas frases, el que justifica o incluso admite lo que le ocurre pero no puede hacer 'nada' al respecto. 

La terapia, los amigos, el tabaco y los helados de chocolate han contribuido a que deje de ser adicta a amabas sustancias. El amor y el desamor están en mi vida de la misma manera que están en mi vida las sandalias que más me gustan, los cuadros que pinto o las viñetas que me invento. Son una parte más del todo. Son un trozo. Pero no son todo. 

Gracias a aquella fuerza extraña, profunda e irreconocible, salí de la adicción. ¿Sabes lo más bonito de todo esto? Siempre nos dicen que cuando un adicto deja el alcohol, jamás podrá volver a probarlo o volvería a caer. Y un fumador será fumador toda su vida, incluso habiéndolo dejado hace 30 años. Y los drogadictos tienen que cambiar de ambiente, de gente y de lugares porque si no, ya sabes. 
Pues lo bonito de mis antiguas adicciones es que puedo volver a probarlas, pueden volver a asomarse, puedo bañarme en ellas, llorar, disfrutar, destrozarme, volar... Y no volver a ser una adicta. 

Lo sé. Y también sé que debo observarme a menudo, ir atenta a lo que ocurre dentro. Pero es que precisamente ese es uno de mis mayores placeres: conocerme, sentir de qué estoy hecha.

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