domingo, 19 de agosto de 2018

De almendras amargas

Los almendros también se secan. Y mira que nos tiran flores para que los fotografiemos y se las enviemos a nuestros amores. Y el olor. Y el horizonte que ofrecen cuando, alineados, lo inundan todo de blanco. 

Pero se secan, de vez en cuando se secan. Y ninguno de nosotros va a decirle, eh, estás más guapo cuando tienes flores. Por qué no te esfuerzas y me las vuelves a dar. Se te ha escondido el horizonte, venga, ánimo, tú puedes. A ver si con suerte la vida te ayuda y nos das las putas flores. Ahora. Queremos las jodidas flores ahora. 

Los humanos también se secan. Y mira que somos un jardín y un bosque y hasta el sol como una vez me dijeron a mí. Mi sol, no me jodas. Pues nos secamos. Y ni siquiera quieres, con otros, alineados, formar absolutamente nada. Quieres callarte, esconderte, estar solo. 

¿Quién secó al almendro? Oh, las condiciones externas. Quizá una bacteria, quizá la sequía, quizá el viento. Pues un poco lo mismo conmigo. Que el entorno, que las afueras, a veces me dejan seca. 

Y esta puta manía externa de tener que bailar bajo la tormenta y parir flores cuando hay tanta tristeza y andar fresca y risueña y desprender olor a fresa. Los cojones. 

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