martes, 21 de agosto de 2018

Adivina, adivinanza: tú ya no quieres jugar

Exigirnos andar despiertos, estar atentos. Deberías haberte dado cuenta, me digo. Como si fuese una obligación saber qué se esconde entre todas las líneas de lo que decían sus palabras. 

Escuchar te quiero y andar con ojo, tener cautela. Menudo coñazo. 
Porque si no luego te pasa lo que te pasa, que confías en la verdad y resulta que a las dos horas, ¡ah, no! que era broma.

Claro que en ningún lugar del mundo está escrito que lo que dices tiene que ser real, en eso tienes razón. Puedes jugar, inventar, divertirte, crearte nuevo en cada aquí y ahora (uy, sí, que el mildfudness ese se lleva mucho), pero no me jodas, en el tablero había dos, y teníamos unas reglas, las establecimos antes de iniciar la partida. Juntos. 

Y claro, no soy gilipollas, los jugadores pueden aburrirse, cansarse y decidir dejar la partida, faltaría más. Pero aunque en ningún lugar pone nada de nada, ni reglas, ni leyes, ni normas, es de ¿buenas personas? expresarle al otro tu desgana. Tu cambio de reglas, de leyes y de normas. 

A los independientes les encantaría que una relación, en vez de cosa de dos, siguiera siendo individual. 

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