miércoles, 24 de enero de 2018

Roles

De cinco a siete soy una pija en la sala de espera de un cirujano plástico. Me quejo de las arrugas, de la talla, del paso del tiempo y de lo poco que valoran algunos la belleza. En el interior, dicen los feos, como si pudieras esconder tu puta hermosura. La belleza se te va a salir a cántaros, quieras o no quieras. Y si no la tienes, da igual, lo que sea que tengas debajo de ese muro inquebrantable de color carne. 

De cinco a siete hago el papel de pija en el taller de teatro. Me quejo del papel, del diálogo, de la ropa que el monitor quiere que me ponga y de lo poco valorada que está la comedia. Lo hacemos todos, a diario, en la cola del supermercado y cuando le dices te quiero a tu novio. Eres un personaje a cada instante. ¿Acaso no ves que el tono en el que le hablas a tu madre no es el mismo que el de 'qué vestido tan bonito, Laura', que vomitas sobre tu chica?

Pues eso, de cinco a siete me dejo invadir por una pija. Yo no soy pija, pero puedo fingirlo. Es lo mismo que se hace casi todo el tiempo. Buen hijo, buen novio, buen empleado y buena persona. Aunque esto último es, de lejos, lo que peor hacen los humanos. 

Y luego, a eso de las siete y cinco, cuando ya he salido y vuelvo a ponerme el disfraz de siempre, me pregunto como tú, quién cojones soy yo. Porque si somos capaces de aparentar, fingir y disimular según el escenario que pisemos, puede alguien decirme quiénes somos en realidad. Algo continuamente maleable, dice el público.

Y la que aplaude soy yo.



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