viernes, 18 de septiembre de 2020

Conoce la causa inexistente

Tuve razones que llegaron a ser convincentes, tuve situaciones a las que recurría mentalmente cuando la tristeza me inundaba. Durante muchos años la culpa recaía sobre la carencia de amor, actual o de nacimiento, según la ocasión. Me refiero a esas cosas que inventa la memoria para justificar estados presentes porque es incapaz de quedarse quieta llorando, es incapaz de experimentar algo porque sí y es incapaz de permanecer en silencio alguna puta vez.  

Así que antes, cuando me ponía triste tristísima, aquellos porqués saltaban justo después del detonante en cuestión. Venía la tristeza y yo me ponía a pensar en cuánto echaba de menos al hombre al que amo, me traía a ese momento alguna mirada asesina de mi padre cuando era niña o el sumun de la imaginación: no sé qué hago en este mundo, a qué habré venido, para mí que no pertenezco a esta tierra. 

Ahora que sé de los castillos y las estructuras psíquicas (o algo parecido), cuando me pongo triste no ocurre nada más. Solo hay lágrimas. Lágrimas y algunos restos de esa forma de hacer que aún asoman por las rendijas. ¿Seguiría esta tristeza vigente si hubiera alguien aquí abrazándome?, ¿estaría llorando ahora si en vez de echarte de menos te leyera diciendo que vienes a verme lleno de ganas?, ¿no estaría yo triste si mi infancia hubiera sido de cuento de hadas y amor a raudales?.

Nadie responde porque no hay nada que contestar cuando el planteamiento es erróneo. Es como el argumento de una serie que deja abierto el final de un capítulo. Se acaba el capítulo y no sigues preguntándote quién será el asesino y por qué lo eligió el director. Lo dejas ahí hasta avanzar en datos e información. No hay, fuera de eso, respuestas que sean de utilidad, no me importan en absoluto. Así que es parecido; no hay, fuera de mi tristeza, una causa. No hay una razón, hallada mediante ningún riguroso análisis lógico, que vaya a aliviarla o a hacerla desaparecer. Estoy triste y ya. 

No es mejor ni peor que antes, no es evolución ni aprendizaje. No es que me haya transformado en alguien mejor, ni he superado problemas ni nada que ver con valentía y tesón. Es como haber quitado un velo, como haber encendido una luz, como un milímetro más de apertura en los párpados. Nada más que eso. 

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