viernes, 18 de mayo de 2018

No puedes meter la libertad en un tarrito de cristal

El agua y el aceite. Las formas de vida que no pueden mezclarse. Lo que yo soy y lo que tú eres. Las prioridades, los proyectos, el tiempo. Enfocar los días hacia el azul, tú a lo que yo veo demasiado gris. 

Querer que sí. Saber que no. Que la evolución va hacia un destino diferente, en tu ciudad hay banderas muy altas ondeando, en la mía un montón de árboles verdes entre otros que ya están secos. El enredo insano de telas y astas que no saben ligarse con las hojas y las raíces de esta tierra que se sabe a medias sin tus carcajadas. 

Abordar las horas a destiempo. A unos les gusta dormir mucho y otros sólo quieren vivir aprendiendo a bailar aunque no sepan bailar nunca. Saberse conectado a alguien más allá de las formas y entender que en el mundo de las afueras, la conexión es invisible. Incompatible. 

Yo quería jugar a ser muchos. Exactamente dos. Es difícil verse de frente cuando las miradas son opuestas. Coincidir una vez a la semana, cuando el semáforo del cruce se nos pone en rojo. Yo que voy camino al cielo interno, tú a todas la sendas estrechas que deben estar fuera. 

Y me niego verdades que se van agolpando en las caderas, con este lumbago que no me deja dormir, ni descansar como entonces, cuando sólo estabas dentro, cuando hacía de ti un hombre que amaba más allá de sus proyectos con olor a entierro. Ahora penetra de tal modo en mi nariz que la espera es amarga. Y lenta. Vivir aguardando tus ratos libres no es lo que quiero. Porque no me gusta esperar y porque conseguí que todo mi tiempo fuese exactamente como yo. Libre. 



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