sábado, 19 de mayo de 2018

Los extraños y desconocidos de siempre

Ya no me daban miedo los remolinos que hacía mi pecho al sentirse solo en medio del mar. Ya no me asustaba ese cuento del futuro que había de llegar, ni las mañanas de todos los mañanas que, supuestamente, me esperan.
El campo era amplio y tan extenso como el horizonte que me cabe en la mirada. Como llevar siempre puesta una falda roja de seda y mucho vuelo. Y dormir con ella y desayunar y mojarme debajo de todas las tormentas. 
Y fui palmera vieja. De las ancladas a la tierra que se ven en los documentales de los txunamis, las que se mueven y se mueven y se mueven y nada las vence. Una que no vuelca, que no se desentierra. Yo también era eso, la palmera. 
Y era junco firme y fiero, contundente como la rocas, maleable como las alas de las aves. Húmeda y porosa. 

Era eso, la falda, la palmera, un junco bien verde.

Y escribir esto muerta de miedo, de repente. 


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