viernes, 18 de mayo de 2018

Lo malo es alumbrar en color negro

Qué cosas, ¿verdad? Confundir durante mucho rato lo que hacemos con lo que somos. En algún momento de la existencia se nos fue de las manos. Tener un título, retener un montón de datos, graduarnos, irnos de fiesta esa noche y creer, al fin, que ya somos algo. 

Etiquetas por todos los cajones. El certificado del curso, del master, del taller. Ya tengo tres etiquetas, como cuando coleccionábamos cromos en la escuela. Aquellos se intercambiaban, estos papeles no tienen esa particularidad. Si tengo la estampita de arquitecto no te la puedo cambiar por la de actor. La cuestión es que da igual lo que ponga en ellas, creo firmemente que no tiene nada que ver con quiénes somos en realidad. Sin embargo, fíjate, sacos y sacos llenos de etiquetas encima de personas con pelo, con nariz, con ojos y con corazón. 

Ciertamente me resulta vacío relacionarme con las etiquetas en vez de con las personas. Pero a menudo es lo que hago. El cartel tiene la particularidad de hacerse cada vez más grande, de ir ocupando espacio, de llenar todos los rincones hasta esconder el infinito universo personal que estudió. Todo lo demás queda relegado a algún rato suelto, con suerte, a un fin de semana enteroen el que, además, el susodicho dice aprovecharlo para 'descansar'. Jamás antes fue tan acertado el término porque no sé cuántas cosas más aporta el título, pero cansancio, por doquier. 

Lo que somos no es lo que hacemos. Frase lapidaria que, como todas las demás, encierra la verdad el 50% de las veces. De esas es de las que estoy hablando, de cuando puedo ver con claridad, la confusión de los demás. El resultado, entre otros, es ver lapidado un mundo de posibilidades, de creatividad, de experiencias y de probabilidades que no están. Que no son. Abortos abundantes de lo que pudo ser y no fue ni será.

¡Oh! La vida. La vida grande que podía ser anulada por la pequeña vela sin prender. Como tener un hogar con doce ventanales mirando al mar y abrir sólo la ventana del desván.

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