viernes, 6 de abril de 2018

Nómadas

Podía verte desde los tejados más altos. Podía verte danzar entre las ruinas de tus castillos en el aire donde nos íbamos a vivir alguna madrugada de sábado, borrachos, con los ceniceros desbordando todo el humo de nuestra historia. 
Podía verte desde la maleza donde me escondía de un futuro contigo entre el humo y el humo y más humo. 
Desde allí, todos tus pájaros volaban en jaulas. Tu pequeño corazón que quería ser grande, extenso y abierto me daba de comer pepitas de maíz. Pequeñas. Pequeñas. Más pequeñas. Fui tragándolas todas sin conseguirlo. Toda la garganta llena, ni la cabeza del aire pasaba. Entre las acuarelas los trazos negros; un día yo, ya verás, qué felicidad. 

Después los entierros. Los nacimientos. Volver a morirte y nacer, a medias, de nuevo. 

Ahora los castillos son tiendas de campaña para la ocasión. Se izan las velas de nuestro hogar cuando nos vemos. Se bajan en las despedidas. El amor es un espacio temporal de emociones eventuales. Y qué bien que sea así. Lo otro era como creer que los dinosaurios aún no se habían extinguido y que yo, además, era uno de ellos. 




2 comentarios:

Bubo dijo...

Creo que me he hecho un lío con este texto

Nebroa dijo...

jajaja eso es bueno entonces. Como la vida misma :s