martes, 27 de marzo de 2018

Prioridades

Yo lo único que quiero es pintar y dibujar y escribir y hacer teatro.

Y hacer el amor. Esto ya lo he dicho en la primera línea.

domingo, 25 de marzo de 2018

Volver hacia dentro

Y tú tan solo, tan triste, tan cansado. 
De todos los sábados que pasan por el calendario, tú sólo aprovechas uno a la semana. Como si del lunes no pudieran salir ventanas al mar, como si el martes te hubieses vestido de celda, como si el jueves o el viernes. Como si el fin de semana no fuese en realidad el principio de otra nueva.   
De todos los momentos que llenas de lamentos, de al menos cien podrías librarte. 
Las flores, tus piernas, el pelo suelto y la boca llena de dientes buscando una foto en la que quedarse. 

Pero tu historia, tu puta historia importante. Ese teatro. 

Búscate, busca entre la angustia qué parte de ti jamás podrían llevarse los huracanes, las novias, los cuernos, los números rojos, lo mayor que te haces. 
Busca entre los muertos aquellos que aún ríen sin estar borrachos, aquellos que andan por la calle pisando arena, algodón, esponjas alegres. Los que escuchan, los que callan, los que vuelan sin coger aviones. 

"...hay barcos que buscan ser mirados 
para poder hundirse tranquilos"

Para llorarte como te lloras, no anda tan mal tu boca. ¿Y si supieras que este lugar al que te has traído es el lugar donde querías estar? Si dejases de mirar el cuento desde las trincheras, si dejases de echar las culpas fuera, si lograses desenredarte de tu propia mierda. 

Sigues dentro, sigues entero. Es mentira que tengas un corazón destrozado. Sabes cuánto rojo le queda por sentir. Por expresar. Cuántos espacios vacíos esperan ser descubiertos. Tú que tanto amaste, tú que tanto la amabas, tú tan enamorado, tan decepcionado, tan frustrado. 

Porque eso fue. Esperar. Esperar que las cosas salieran como tú querías. 

Dónde 
leíste 
eso. 

Dónde pone que eso con lo que soñabas tenía que ser cierto. No, no vas a olvidarla. Y menos mal. Porque de ahí saldrá el verano que aún escondes. Las ganas que aún te quedan. Y todas las demás enredaderas en las que vas a volverte a enredar. 

No te arrincones. Como si ya la vida sólo perteneciese a los zombis. 

Aún quedamos, 
aún estamos, 
aún permanecemos. 

Es una grave ofensa que vayas a cargarte tu propio vuelo, tan enfadado, tan cansado, tan medio muerto porque una cometa se fue, se enredó, desapareció. 

Vas a tragarte eso que llamas orgullo y vas a dejar de alimentar a tanto monstruo. Eres bello, por fuera, por dentro, en medio y por los lados. Vuelve a casa, dentro, al hogar que aún no sabes que te espera. 

Porque está. Pero no te permites verlo de tanto que aún lloras y te enfadas y te lamentas. 

te 
envenenas. 

domingo, 18 de marzo de 2018

Asombro

En la punta de tus pies diez alondras despiertan alborotadas. 
La hierba cosquilleando tus rodillas. 
Los muslos laderas fecundas donde la primavera espera parirse. 
Una vez, otra vez, y otra vez de nuevo. 
Tienes piernas, una, dos, carne, titanio. 
Tuyas. Tuyas son tus piernas. 
Hay una montaña rodeando una cueva; el sexo de lo íntimo, lo profundo de la entrega. 

Eso es la vida que transitas, la individualidad tuya, la independencia vertida entre todos los vientres y ombligos alrededor del aire que respiras. 

Un pecho latiendo, un estómago rugiendo. 
Y el bazo, y el páncreas, y la bilis simbolizando el miedo. 
Eres más vida que toda la vida junta. 

Dueño del cuello, de la nuca que besas, de la piel más suave de todas las pieles que culminan tus orejas. En la cumbre una cabeza concentrando el oxígeno que llena lo que, osados, aún llamamos vacío. 
Ella, la mente, tan invisible, tan voraz, tan asesina a su conveniencia. Tan olvidadiza. Y tan fresca. 
Eres dueño de las alondras. Y de todas las raíces que permiten que te sueltes el pelo como millones de cometas floreciendo. 

Eres. 

¿Sabes algo del milagro del que estoy hablando? 
Porque lleva tu nombre, y el mío y el de los otros que navegan en esta alfombra mágica llamada tierra. 

Eres. Y tú ahí, sin darte cuenta. 



viernes, 9 de marzo de 2018

La belleza de los sencillo. Pero al revés.

Allí, dentro de sus brazos, hace el mismo calor que antes, hace ya miles de años. Ya lo intuía, pero ayer volví a vivir el mismo verano que entre los dos conquistamos. 

Aquí, a través del mismo tiempo, tengo en los ojos cruzado un encanto, el silbido de las sirenas cantando nanas que lo más seguro es que no existan. Pero yo sigo oyéndolas. 

Entre dos mundos se me abren las piernas, las cejas, los veinte dedos en los que mi piel decide extinguirse. Miro a un lado y a otro, dos escenas enfrentadas. Lo que yo amo, si es que alguien sabe que es eso, y lo que yo vivo, si es que los detalles dan forma a eso.  

De un lado las mantas son cómodas, las palabras, las canciones, hablar de un libro, confiar en el futuro. 
De otro lado el lastre liviano con el que me he acostumbrado a levantar el paso. El amor de siempre, el amor tantas veces ahuyentado y finalmente admitido, asumido e integrado. 

Sé lo distinta que hace la vida la elección. Si es que lo que soy está eligiendo realmente algo. 
Me quedo sin. Me hago a con. 
Carencias por todas partes, lleno en todas las demás. 

Me quedo sin el calor continuo, sin la ternura dando grandes pasos, casi galopando. 
Me hago con la soledad compartida de vez en cuando, la que convierte una ínfima mirada en la que no me importaría que fuese la última.  

Y así, sin encuentros abundantes y con llamadas infinitas es como me he quedado al elegir. Aprendiendo de nuevo lecciones que no se exponen en ninguna prueba. Que todo es improvisación sin aspirar a resultados. 

jueves, 8 de marzo de 2018

Fuego

Teníamos el pelo siempre enredado y dormíamos sobre almohadones de piedra. El único tejido de nuestras ropas era la lija que obteníamos en la cantera. Ellos, los valientes soldados, nos tiraban flores desde los balcones. Flores y piropos. Ramos de rosas sin las rosas, sólo espinas. 

Y nos levantábamos a atenderlos cuando estaban heridos. A las cuatro de la madrugada, cuando los hijos lloraban henchidos de fiebre y mocos, nosotras, las del dolor de muelas y de espalda y con la migraña a cuestas, les atendíamos con las garras hacia dentro, con las caricias extensas. 

Allá abajo, en la cuneta donde lavábamos nos reíamos. Contábamos historias de nuestras viajes a Alemania, de las fábricas inhóspitas donde las manos eran bloques de hielo con diez dedos lavando verduras. 

Éramos lo mejor que nos había pasado. Nuestra propia existencia era lo más sagrado que teníamos. Y cantábamos subiendo a los hogares con el capazo lleno de sábanas tersas, blancas. Almidonábamos la existencia de otros, de ellos, de los soldados que jugaban al poker en el bar del pueblo. Éramos, somos, lo mejor que nos ha pasado. 

Desde aquí, con estos moños en lo alto de las montañas, con estos vestidos roídos y tan viejos como el alma que nos sustenta, con las zapatillas de cuadros marrones vamos a acudir a todas las fiestas de nuestras abuelas, nuestras hijas, nuestras nietas, sobrinas, amigas, primas, esposas y diosas.
Desde aquí, desnudas, sedientas y hambrientas si así quieres llamarnos, estamos acudiendo a la vida, a cada momento, a este mismo instante, a darle oxígeno a lo que siempre fue un campo de almendros y ciruelas y esponjas y raíces donde respirar es el premio.

Soy la mujer que siempre fui, de nuevo expresándome. Como todas las otras veces.